3 de noviembre de 2010

Y añoro.

Añoro todo sentimiento de culpa, que pueda cortar el viento, en una tarde de invierno.
Añoro cada flor de mayo, y cada sonrisa de otoño.

Y sin embargo, hoy no puedo dormir, me encuentro sentada en la ventana.
Esperando, sin nada más que fumar, ni que beber.
Porque mi alma está consumida como cristal más oscuro que jamás se construyo.

Añoro las copas de helado y las nubes de algodón dulce.
Añoro los bocatas del recreo, y las visitas del ratoncito Perez.
Y aún creo en los Reyes Magos.
Aún con dieciocho años enciendo la luz del pasillo.
Porque el hombre del saco, siempre me habla en sueños.
Y que vendería mi alma al diablo, si no hubiera hecho un trato hace años ya con él.
Y que peco de ilusa cada día, de ira a menudo.
Y me confieso, pecadora hasta la punta de mi pie.

Añoro la sencillez de las nubes del campo, y de las sonrisas de la playa.
Añoro poder dormir tranquila, sin que un mal recuerdo te muerda en mitad de la noche.

Y es que debajo de mi cama,
se que se esconden los monstruos más buscados por la policía de los sueños.
Sin embargo, hoy estoy tirada en el fondo de un recuerdo, moribunda, botella en mano.
Hoy se muere de hambre mi corazón, y se calla en silencio mi alma.
Porque hoy me siento a la deriva.
Hoy quizás no fue un buen día para desencorchar el dolor, para limpiar el corazón.
Quizás una espada lo atravesó, dejando el olor podrido del ayer.
Mezclado con un falso perdón, y adornado con flores blancas ya muertas.

Añoro el viento sobre mi pelo, y las ganas de comerme el mundo.
Añoro cada nota de una canción que nunca se escuchó.
Añoro las lágrimas sinceras, y el amor en gotas de sudor.

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