12 de junio de 2012

Mujeres.

Pies suaves, cascabeles en los tobillos para cuando baile, ande se escuche su caminar. En las noches más silenciosas, ella sea el ritmo del mar, el silbido del viento, y el aleteo de un pájaro.
Piernas fuertes, que nunca se detienen, para huir y para plantar cara a la vida.
Rodillas que jamás se mancharán de tierra, porque una mujer nunca yace de rodillas por obligación.
Muslos por los que resbala una seda de mil colores, que atrae la mirada de los hombres del universo.
Tornada la cadera, que de cobijo a su fruto, el vientre de una mujer es una puerta al futuro.
Cintura que refleja el sol, que baña el agua del río, que sostiene las manos del hombre que ama.
Pecho, donde reside todo el amor de una mujer, todo el dolor, corazón errante y dichoso de una mujer, 
protegido por el pecho que se agita con el viento y se calma con el beso del sol. 
Unos brazos que utiliza para abrazar, para curar, para alcanzar el cielo. Sus manos, mariposas del cuerpo humano revolotean para tirar besos, saludar, acercarse o alejarse. Manos que trabajan la tierra, el mar y en el cielo descansan. Cuello, un cuello de porcelana, seguido por el rostro, por la obra maestra de la creación.
Y es que todas las mujeres son bellas, por dentro que por fuera. 
Mujer de armas tomar, guerreras. Detrás de un hombre poderoso, siempre hubo una mujer inteligente.
Castigadas a la sombra del poder, sumisas, gatunas, las mujeres somos la obra más especial de los seres vivos. Damos vida. Máquinas perfectas para amar, cuidar, proteger, pero nunca debemos olvidar que somos luchadoras, guerreras de espada y palabra. Y que aún siendo el género débil, nuestras lágrimas hacen temblar el mundo entero, y caen murallas a nuestros pies.