27 de septiembre de 2015

Hace 19 horas.

Para olerte, para sentirte, para acariciarte, recoger mi corazón al salir de aquí.
Atar la coherencia al terminar, y cerrar los ojos para olvidar cada rasgo de sus ojos, mar.
Y volver a empezar un cuento de princesas guerreras.
El saber que se quiere,
sin que se pueda.
El querer correr despacio,
el querer frenar y acelerar.
Para tenerte, para amarte en una noche de cerveza, en historias de amores comunistas, de guerreros sedientos de justicia, libertad y orgasmos suicidas.
Para abrazarte, para olvidarme de la guerra, para engañarme.
El querer más,
haciendo menos.
Y el latir lento de un corazón estropeado.
El compromiso de nada serio,
el nada serio de mentira.
Lo cobarde, lo distante, lo fría que suenan ya las heridas.

El corazón, se muere.

El corazón siente,
se estremece,
se para,
se agota,
se cansa.
Se ahoga.
Se agita,
se desemboca,
se muere.
No podemos elegir, no somos dueños de nuestros sueños, no somos los destinatarios de ningún cuento feliz.
Y le diría gracias, gracias por hacer revivir, por un último aliento de un soldado abatido, por devolver la calma a mi sonrisa.
Y me gustaría, me aferro al recuerdo, a los ojos discutiendo, a las miradas prohibidas, a las manos dormidas. Sabiendo que algo está mal, en un baila de la razón con el corazón.
En este mundo, por salón, que gira, que gira siempre y deja todo del revés.

Un bostezo del alma.

No elegimos los momentos de nuestra vida, ni podemos planificar cada paso o cada valor. Funcionamos por impulsos, por sentimientos y por miradas. 
He pasado mi corta y estúpida vida intentando planificar y controlar cada segundo de felicidad, de ilusión. Pero de pronto, aprendes que la vida no es control, ni saber estar, tampoco es comportarse, ni mucho menos, quedar bien. 
Que no es egoísta intentar sentirte bien, y hacer lo que te salga del corazón, hacer lo que te hace temblar, lo que te llena el alma. 
Muchos no entenderán, les parecerá una chorrada, una perdida de tiempo, pero llegara el momento en que hagas oídos sordos al parecer, a lo que debes ser, hacer y decir. 
Y empezaras a seguir tu destino, tu intuición. Sin preguntar, sin pedir opiniones. Seguir tu camino, luchar por lo que crees, en lo que crees. 

Y conseguir tus sueños, por muy lejos que parezcan.

Carta a la libertad.

No se cantar, tampoco dibujar. A veces no se ni andar, ni hablar. Pero atrapo la rabia, el dolor, la felicidad y la soledad a la perfección en versos dobles donde el alma sale a flote, ahogada por dentro, rota y mutilada.
Vuelvo a sentir el abismo bajo mis pies, vuelvo a sentir el aliento de un soldado abatido, vuelvo a sentir el dolor de un pueblo arruinado, vuelvo a llorar, rompiendo nudillos en muros derruidos. Vuelvo a sentirme implacable, fuerte y libre, libre para equivocarme, para luchar, para correr delante.
El abismo quema, quema tanto que tengo frío, frío. Puedo tiritar, solo estoy entrando en calor, cogiendo carrerilla para saltar del acantilado, suicidando lágrimas para volver a empezar.
Quizás no sepa cantar, ni bailar, a veces ni hablar, quizás me vuelva muda, sea torpe y loca. No sigo las pautas, no sigo la melodía de la sociedad. Aprendo, y si algo me da miedo, me acerco. Si huyo, será para volver con calma, calma me falta la calma.
No quiero príncipes azules ni caballeros que me cuiden, quiero un guerrero, un soldado que luche a mi lado. Quiero que desde el suelo, me lance al cielo con solo rozarme.
Sueños, tengo sueños. No son utopías, hago y haré y encamino mi vida para luchar, tirar piedras, tirar con amor gritos al alba, alzar mi puño al aire, pelo en moño y todas unidas.
La resaca de la guerra, de la revolución, la resaca del pasado que pesa, y lo siento, que te quise, te querré pero he de marchar. Duele mucho, duele eterno. Pero mi corazón no soporta ni jaula ni desierto, ni sed ni sombra. Es un duende en el fondo del parque, es un duende en un silencio.
Estoy a las puertas del infierno, en la trasera del cielo, el día de la purga salimos a rezar.

Pedazos del alma.

Desgajados. Los ojos secos, mudos, cerrados. 
El alma tirada, violada en el suelo, y un pedazo de cordura aún girando después de la tormenta. 
Ata, ata los pedazos de tu corazón, un nudo marinero. 
Y tatúate en el pecho cuantas veces mueras en silencio. 
En las puertas del infierno, en la trasera del cielo, bailando con muertos, jugando en el limbo. 
Ya caí, ya cerré hasta mañana. Y sacudiré los pedazos de mi alma, los sacudiré que sequen al sol. 
Perderme, en asfalto, en tormenta, en sueños, en orgasmos suicidas, perderme. 
No noto nada bajo mis pies, será que ya salte. Frío, quema, el abismo bajo mí.
 Coge carrerilla, he vuelto a morir

Ahogarla. Perdonarla.

Ni siento ni padezco. Me hundo, floto y me ahogo. 
Un viejo perro sin correa suelto por la ciudad, una gota de lluvia en agosto, y una hoja caída ya en invierno. 
Buscando de bar en bar, en cada rincón, en el fondo del absenta. En la espuma de la cerveza. 
Buscando en cada piedra, en heridas de desamor y manifestantes heridos. 
Buscando en ladridos, en maullidos. Una pelea de gatas. 
Buscando la paz mundial, un orgasmo suicida, la piedra filosofal. La vida eterna. 
Buscando la manera de callarla, de ahogarla, de perdonarla. En un acto terrorista, mis ganas de volar