22 de noviembre de 2015

A 800 pasos de la locura.

Se empaña, se retuerce y se acumulan las últimas notas de su voz. 
Se escucha la cascara romper, un bostezo de bienvenida al nuevo día, al nuevo drama. 
Un café solo, sin azúcar, ni sudor. 

Una silla en una esquina, un rayo de sol despistado en el último momento del día, que se confunde con la luna. Y tímida, y sonriente, la luna juega en el reflejo del río, y ahoga su risa en el fondo. 
Y allí pescan, un o dos almas que ya no duelen, ni queman, ni sienten ni padecen. Ni ríen, ni lloran. Solo pescan, pescan momentos, recuerdos que caen ahogados en gritos de silencio, tomando café solo, sin azúcar, ni sudor. 

Una nota destaca, va más lento, va más rápido, y gira, y vuelve a girar, y se vuelve, y coge carrerilla. Y regresa, y sabe nadar, y toma café con leche. Y ya no pesca, y la luna es testigo de tal historia. 

De un ave fénix que es dueño de su risa, de su dolor, de su frío y de su calor. 
Un alma que se enlace con otro, que se besan, que se confunden en el fondo del río, donde la luna ya no tímida habla, habla de una historia prohibida, de una historia de amor. 

Una nota discorde, una lágrima no tan suicida, valiente. Una nota discorde. 
Se empaña, se retuerce, y vuelve, y grita. Siente el frío de la soledad, y le gusta. 
Siente su voz perderse en los versos de su alma, su alma enredada en otro, su alma enamorada. 
Enamorada de la vida, de los sueños, su alma enamorada. Se besa, se duerme, se sonríe. 
Siente el calor de otras manos, siente los ojos, las miradas, y ya no le aplasta el miedo, ya no llora en silencio. Ni se refugia en la espuma de la cerveza, sale detrás de la luna, de la luna que ya no es tímida, de la luna que habla de historias en el fondo del río.

Del río que baña nuestro sentido, nuestros miedos, nuestras ilusiones, que une distancias y separa. 
Donde pescan las almas, y se encuentran las almas, se enredan, se besan. 

Las almas que se retuercen, que saltan, que giran, que vuelven, que se van, que regresan. Las almas que sienten, calor y frío, el miedo, la alegría, las almas que bailan con la euforia, que pasean con otras almas. Almas que toman café con leche, con azúcar, y gimen en un sillón de terciopelo. Almas libres, que lloran, es un alma que grita, que siente, que vuelve a respirar, que habla, que habla de ayer. 

Se retuerce, se gira, se respira, se entumecen todos los huesos de mi cuerpo. Se duermen mis sentidos, se agotan mis sueños, mi alma gira, mi alma llora, mi alma grita. Y yo, yo tomo café con leche, con azúcar y anís. Me retuerce entre sueños, me ahogo en el río, hablo con la luna. 

Alcanzo tus manos, y las pierdo. Alcanzo mi alma, y me saca ventaja. Alcanzo mis sueños, y aparecen nuevos. Alcanzo mi corazón, y me golpea para salir corriendo. Alcanzó tus manos, cuando mi alma duerme, cuando mi corazón se para. Y sueño, y escribo las historias de la luna. 

Y entre tanto, tú tan tú, yo tan yo. Y entre tanto, tu manos a 800 pasos de las mías. 
Y entre tanto, tan torpe, tan bruta, tan yo. Siempre, sin entender. Sin conocer, sin más explicación.
Suspirando gemidos, suspirados prosas sin sentidos. Suspirando alegaciones al juicio de mi cordura. Suspirando amores de ayer, amores de ficción. Y entre tanto, el alma se besa, se abraza con la soledad, y le gusta. Y le gusta el frío, le gusta. Porque siente, porque sufre. Porque mis manos también están frías, porque mi alma está fría. A 800 pasos, el alma se duerme, se besa, se abraza, se abraza mi alma a tus manos. A 800 pasos, a 800 ilusiones, a 800 dudas, 800 de todo, y 800 de nada. 

Se retuerce, se entumecen mis huesos, mis músculos, hasta mi sonrisa. A 800 besos, te espero en el fondo del río, que sale la luna tímida, que habla de historias de amor, de amor prohibido, A 800 latidos te espero, a que nuestras almas se besen, se encuentren, se enreden, se hagan una. Y tomen café con leche, con azúcar, con gemidos y anís. 

A 800 pasos de la locura. 






20 de noviembre de 2015

Sin culpa de ser libre.

Allí sentada en un sofá, dejando caer su alma sobre el paso del cuerpo, dejando vacía la botella del que dirán, de los años, y las historias que parecían eternas. Allí se bebió de un trago el miedo, y disparando al centro del dolor, dejó la culpa, dejó las preguntas a un lado, y se quiso. Se quiso de lleno, se quiso libre. Puntos suspensivos, ametralladoras y bailes rotos, las preguntas, las sentencias del que no entiende, pero cree saber, aquellos virales científicos que saben perfectamente acerca de tu torpe pensamiento. Copas de vino desparramadas, muchos litros de lágrimas, y ni los  gritos conseguían calmar la rabia, no hay palabras para hacerte entender cuando tampoco lo quieres.

¿Qué le dices al mundo cuando no tienes nada que decir? Nada. 

Y por primera vez en tu vida, no tienes nada que decir, no tienes nada que defender. No quieres ni luchar, ni oír, ni ver, ni sentir. Me quise, me quise libre. Y me quise abrazar a una dulce y fría soledad. Me quise, me escuché, y tragándome la botella del que dirán, de los años, y las historias que parecían eternas. Olvidándome de lo que amé, de lo que creí amar, y enterrando las preguntas soporté las ametralladoras, esos dedos que te señalan, que te cuelgan de la culpa, y que parecen entenderte mejor que tú mismo. 

Supe manejar el barco, a pesar de estar haciendo aguas, supe navegar en tormenta, sin mirar hacia atrás, sin dar tregua. Y llegue, llegue a una playa desierta, no había ni copas derramadas, ni lágrimas secas, ni miradas. Y llegue, y me quise, libre, me quise libre. 
Y esperé, y veía como las olas querían romper mi calma, y esperé a que el mar se calmará pero notaba como me quería echar manos al cuello. Lanzaba desde el cielo culpas, amenazas, a veces llegaban cerca de la playa, pero podría correr por el bosque, buscando cobijo en la espuma de la cerveza, y esperar a que el mar cesara. Las olas altas, bajas, grandes, frías querían empapar mis recuerdos, querían que odiará una parte de mi, querían que enloqueciera mi alma. Aguanté bajo la copa de un roble, y de roble hice mi corazón. 

No tengo nada, ni copas derramadas, ni sonrisa forzada. No tengo nada, ni culpa, ni desazón, no tengo nada, tan solo el frío y dulce tacto de la soledad. No tengo más que sus tangos, sus frías manos, y el cobijo de la espuma de la cerveza. 

No tengo más, y me quiero, me quiero libre. 

Libre, siempre libre. Sin culpa de ser feliz, sin culpa de ser libre.