De lo que esperamos de nuestra vida, de lo que nos da miedo, de lo que tenemos y lo que nos falta.
Nos engañamos pidiéndonos a nosotros mismo una fuerza bruta, como si fuéramos invencibles, nos quitamos el derecho de sentirnos derrotados. Con esa manía de quererlo controlar todo.
Y yo me declaro primera culpable, con el tiempo se me olvidó llorar, como si fuera algo malo.
Con el tiempo, aprendí a secar mi dolor desde dentro, a sabiendo que es peor el remedio que la enfermedad. Nos exigimos un estado pleno y satisfactorio hasta en nuestros peores momentos.
Y si algo he aprendido en mi corto camino, es que en la vida hay momentos para sonreír, para llorar, para aprender, para luchar, para conversar, para estar en silencio, y que dependiendo de nuestra persona, se nos da mejor una acción u otra.
Y es que, el dicho "no nos damos cuenta de lo que tenemos hasta que lo perdemos" no sabemos hasta que punto lleva razón, por ello, yo me he comprometido conmigo misma, a conservar lo que tengo...
El tema es que cuando hablas frente el espejo, o hablas desde tu interior, escuchas a otras personas, realmente valoras lo que tienes tú...
Llegados a este punto de la vida, doy gracias al cielo, por tenemos al compañero de vida que tengo, que sin él, se que no hubiera llegado sana y salva al siguiente nivel de la vida, se que me hubiera perdido...
Ahora, nos toca madurar, crecer, emprender algo juntos y sin miedo. Porque después de reflexionar, si algo he sacado en claro es que además de la soledad, el miedo a crecer me arrebata el alma, sin yo a penas asumirlo. Es así.
Pero se que camino en buenas manos, lo sé.