Un pie, después el otro. Después mi locura y ya la cordura.
La cordura de no pensar jamás en lo que viene después.
Apuesto mi corazón en una mesa de billar, empeño mi alma al diablo.
Y mi vida - la vendo a nuestra revolución - cargo de flores mi fusil y disparo derrotas en notas afónicas. Escondo las ilusiones, las promesas en el fondo de la trinchera. ¿Y si ganamos la guerra, y si abatidos nos fundimos en un solo puño, una sola lucha, muertos de miedo en un solo beso?
Te espero sentada en la barra de cualquier bar, te espero en el limite de mi mitad.
La mitad, esa que se perdió buscando miedos, son secuencias de otra vida que ya no parece mía.
Otra mitad, aquí te espero en esta otra, y qué tal si bailamos para perder la cabeza, en alguna danza macabra, en algún circuito agarrados perdemos la noción del tiempo, entre orgasmos de cerveza juremos nada, nada para todo.
Un pies tras otro, escondo la cabeza y sonrío. Miro hacía otro lado, hay una parte de mi que lucha por perder la guerra, mientras otra quiere perder la virginidad de tus palabras, de tu sentir, de mi vivir.
En una danza macabra, perdamos la cabeza, la locura y la certeza de que viene después.
No hay guerras, no hay trincheras, no hay promesas de nada, de nada que es todo.
Lo que digo, lo que escribo, lo que pienso, guardo y tiro al mar. Al mar de los miedos.
Un pies tras otro, y así comenzamos a bailar.
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