Aún puedo oír el leve pestañeo de sus ojos, y puedo aún tocar el silencio de su mirada.
Aún siento el calor de sus caricias, aún siento el roce de sus labios sobre los míos.
Ni lejos ni cerca.
Ni deprisa ni despacio.
Aún el corazón bombea más rápido cada vez que oigo su nombre.
Las mariposas del estómago se han suicidado, y los sueños han perdido el juicio.
No hay demora para el dolor, llega y fluye por todo mi ser.
Las preguntas se agolpan una detrás de otra.
Mi príncipe, mi héroe se fue a cazar dragones a otro continente. Y yo aquí, no puedo.
No puedo sola con los monstruos que duermen bajo mi cama.
Quiero ser invisible. Quiero atrasar el reloj, adelantarlo hasta el día en que mi corazón deje ya de latir.
El viento está triste y llora todas las noches, y la noche echa de menos su sonrisa.
Podría inventar una excusa para levantarme cada día, pero sería inútil.
No hay más angustia que imaginar un fin del mundo sin tus besos.
Aún puedo oír su risa detrás de la puerta, aún puedo ver su mirada.
Quisiera volverme loca, y así fingir que soy feliz.
Quisiera volar lejos, y perderme. Lejos y cerca. En la playa trepar su espalda.
Y con mis dedos andar por tu su cuerpo.
Corre, deprisa. El dolor está. Con la noche las lágrimas se van de putas.
Quisiera prender fuego a mi dolor, quisiera baila toda la noche con mi soledad.
Acostarme con tu ausencia. Y cabalgar los siete mares agarrada a su amor.
Y para siempre, ser su princesa.
Aún recuerdo el número exacto de tus pecas.
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